Ensayando la Interculturalidad


Presentamos, en esta página, las ideas generadas a partir de las lecturas y reflexiones sostenidas con respecto a nuestros pueblos originarios, he allí lo que nos queda de duda, de afirmación, de territorio incuestionable para profundizar.


 Pueblos originarios de Latinoamérica y el Caribe: 
 Crónica de lo invisible.
Autora:  María Elena Díaz-Carmona

Alguna vez escribí, al respecto de las culturas originarias de América, que probablemente ninguna de las categorías del pensamiento occidental podrían abarcar el elemento fundamental que cohesiona su existencia y sus expresiones: la relación con la tierra. Intentaba en ese momento ser honesta con respecto a las preocupaciones, inquietudes y sensibilidad que me han mantenido en la búsqueda de las raíces culturales de lo latinoamericano y caribeño, quería internarme a través del olvido, trascender los nombres con los cuales los pueblos originarios han sido desdibujados y los afroamericanos han sido vulnerados. Actualmente, cuando hemos dejado de ser finiseculares y fundadores de un nuevo milenio, y ya avanzamos siglo XXI adentro, me ubico ante estas situaciones más problematizada que nunca, pues añadiría a todo ello que hay una gramática de la ajenidad, es decir, toda una discursividad que anclada en la palabra de quienes habitamos y nacimos en América Latina y el Caribe nos convierte en otro, en otra, con respecto a la multiplicidad que, en éste nuestro mundo, acontece.

                         Tomado de: noestamossolos.radioteca.net
Y digo nuestro mundo, porque se trata de nuestra cotidianidad, de nuestras calles o de nuestro paisaje desbaratado y a medio hacer si se trata de construir una copia del “modus vivendi” que occidentalmente consumimos a través de los medios de socialización establecidos: familia; creencias; formación escolar, tecnologías de la comunicación cada vez más diversas en la virtualidad que condicionan un tipo de percepción y de consumo: las series de televisión,  filmografía, discografía, comida rápida y oh, cómo señalarla, esta nuestra querida red en la cual ¿navegamos? la globalización, esa otra posibilidad de mundo que por supuesto es tan válida como vida, cuando allí verdaderamente habita. Entonces pienso cómo ser Caribe, cómo “navegar” con nuestros medios desde el Amazonas, remontar el Orinoco, desembocar al mar, explorar, intercambiar, ser en medio de las ínsulas que en ese mar encuentre, y desplazarse con remos y canoa propia, con mirada de quien conoce esas corrientes, de navegar pues con perspectivas profundamente nuestras, en este mundo tan complejo de hoy.

Y de seguir fieles a este sentir, este saber, este moverme, este anhelar, esta creencia del cosmos sin desdibujarme en medio de esa globalización, de esa estandarización, de esa generalización donde de paso parece que no hay salida posible, esa especie de autismo a la inversa porque nos aleja no del exterior sino de nosotros y nosotras, esa condición de hastío vital donde parece que todo está perdido y lo posible son las escogencias del naufragi
o.

Vuelvo sobre mis pasos, y rehago los tres planteamientos con los que he iniciado este escrito, y que, tal vez no cumpla con los cánones establecidos. Estas indagaciones son: (a) la dificultad para nombrar con categorías del pensamiento occidental el centro de la vida de los pueblos originarios: la relación con la tierra,(b) el sentido de ajenidad que nos traspasa al establecerse en el discurso la noción del otro originario pero distinto de mí, (c) la necesidad de conseguir en medio de la negación, de la ajenidad y del olvido un germen con el cual reconciliarme con las raíces que me hacen latinoamericana como ser histórico en medio de este ámbito, que sobrepasa lo geográfico. Estos tres planteamientos o preocupaciones, sin embargo, pueden enmarcarse, y, quizá explicarse por una situación frente al mundo occidental que es la invisibilización en el presente de los pueblos originarios, y, el mecanismo mediante el cual para muchos(as) esta raíz está anclada en un pasado, allá, remoto, del cual quizá sobreviven reductos en una especie de limbo ahistórico, folklórico, al cual se dedican especialistas capaces de adentrarse en esos mundos que por alguna razón sobreviven y del cual tal vez nosotros devenimos pero que implícitamente pensamos no nos definen ni constituyen en nuestro hoy. 

Revisemos pues los mecanismos y comprobaciones de la invisibilización. En primer lugar el tomar los nombres a partir de la construcción anárquica que la Europa del siglo XV realiza sobre nuestra existencia. Somos Indios, por diversas circunstancias. Realmente, ¿eran tales las limitaciones de los viajeros y cartógrafos de la época como para distinguir si habían llegado a las Indias?, por otra parte, ¿eran suficientes los intereses del papado para presentar el planeta solamente con tres continentes, tal cual la santísima trinidad que allí no cabía como imaginación o posibilidad otro “algo” con identidad y autonomía propia? De hecho Colón sostiene, oficialmente, de manera casi irracional esta idea, a pesar de todas las evidencias reales que sus exploraciones le brindaban. 
  Humboldt profeta del siglo XXI..
                                          Tomado de vecino.blogspot.com.2011
Por alguna razón somos denominados indios pero hemos podido ser cipangueses u originarios de algún reino inusitado ubicado en las mitificaciones que aún sobrevivían de la edad media en la mentalidad europea durante esa época, cuando daba sus primeros pasos en la modernidad, a partir del renacimiento. Tal construcción es comprobable en el propio diario de Colón, y en otros estudios al respecto hechos por Humboldt y O’gorman. Somos indios e indias pues por una aspiración europea de llegar a las indias, motivados en sus viajes por  una razón mercantil y expansionista a finales de 1400.


Somos americanos, por el ya historiado mérito de Vespucio de haberle dado punto final, con autoridad de navegante a la disquisición de si estas tierras constituían o no otro continente. Y supongo porque ya estaban dadas las condiciones objetivas para admitirlo, involucrando además los intereses expansionistas y de acumulación. Y americanos y americanas nos quedamos, con vocación de ser entrampados en la definición de los límites de cada territorios (norte, centro, sur); o culturales (Latinoamérica, el Caribe, ¿angloamérica?) Pero con bautizo,equívocos y lo que fuere henos aquí, de pie. Allí comienza la resistencia. Nos guste o no. Y con lo que nos unifica desde este bautismo arrollador, porque no se tomó en cuenta la voluntad y libertad de nuestro criterio, así nos vamos asumiendo, en todos los dialectos, manifestaciones, etnias, nuevas conformaciones y nacimientos culturales. Y americanos y americanas, aunque manteniendo reservas, porque una cosa es el norte y otra desde el Río Grande para abajo, que es más arribita del sur. 

Y resistencia ha habido con el primero de los elementos expuestos acá que es la relación con la tierra. “…ni reforma agraria, ni propiedad privada, ni latifundio, ni medios de producción, recogen en sus dimensiones lo que la tierra significa, ni lo que se aspira a desarrollar en ella…” (Díaz-C, 2006) Esa relación ha generado cualquier cantidad de organizaciones sociales, movilizaciones y resistencias desde la llegada colonizadora de los europeos hasta hoy, y hasta hoy siguen padeciendo la incomprensión de la mentalidad occidental que trata de darle una salida a ese reclamo por vías de un marco explicativo que no incluye la profunda relación con la tierra. Entonces me pregunto, como latinoamericana, (y  con algo de dignidad) si puedo indicar que eso es mito o enfrío el sufrimiento del despojo en un término como “cosmovisión”, ante las luchas históricas con las que han padecido ese arrebato. Una palabra que me sirve en la academia pero que no involucra a la conciencia forjada en la búsqueda de la latinoamericanidad, porque genera una distancia de la propia construcción problematizadora, al colocar la situación real como algo ajeno, distinto y lejano. Entonces trato de occidentalmente o indianamente imaginar que tal relación no puede ser justa sino se atiende como un despojo, como que le quitan a alguien sus referentes, su identidad, el ombligo cognitivo que le da razón a cada vida entendida holísticamente.  

Pudiera enumerar las descripciones realizadas y publicadas por antropólogos, arqueólogos o historiadores e ingenuamente tratar de sintetizar los intentos de redescubrir el presente, el pasado antes de la conquista y el colonial padecido por nuestros pueblos originarios. Y sin embargo estoy convencida que no se trata de enumerar ni de describir. Entonces parto de una realidad avasallante: los lentes para acercarme a esa realidad, las fuentes contienen ya una lógica y, en ocasiones, una intención por deshistoriar lo originario y por relegarlo a un pretérito que se deslinda de la civilización que nos valida, un pretérito interesante mientras sea “arqueologizable” pero ajeno.   

Si revisáramos las reconstrucciones oficiales de la historia de América Latina lo originario aparece más o menos edénico en su proceso de poblamiento y crecimiento, avasallado en la conquista y bajo encomienda en los inicios de la colonia, pueblos que de paso requieren ser reconocidos por el papa, allende el mar, como gente. Una que otra mención sobre lo indígena y su presencia como objeto y no su actuación como sujeto de la historia se referencian desde cuando se les ubica dentro de la estructura de poder impuestas, hasta que aparecen las banderas de las revoluciones campesinas, porque en casi un siglo de intento de fundar repúblicas el reclamo de ser reconocidos y reconocidas como parte de esta realidad no fue cumplida ni creída. 

Es así como surgen casi en paralelo la revolución mejicana y el indigenismo, con una orientación profundamente campesina y muy ligada a lo ancestral en la lucha por la recuperación de la tierra, la tierra más allá de la posesión, como un espacio respetable y amado que ante la creciente industrialización se ve extraordinariamente explotada. Y esta mención de la Revolución Mexicana tiene que ver con uno de sus líderes fundamentales como lo fue Emiliano Zapata que encarna un liderazgo que nace dentro de la tradición mantenida
desde la cultura ancestral. La tradición organizativa comunitaria. E incluyo acá esta referencia porque encarna la otra postura ante las raíces  indígenas, la postura de la lucha que no cesa, ante esa otra que es  la visión de los aportes materiales estructurados a imagen y semejanza del enciclopedismo, dentro de las disciplinas de la ¨ciencia¨ (oh querida matemática y su cero maya tan nombrado, oh arquitecturas en suelo mejicano e inca cuya construcción todavía se encripta en el misterio, oh medición del tiempo más perfecto que cualquier otro calendario para medir la elíptica de la tierra alrededor del sol, oh urbanismos cuya complejidad en la construcción de acueductos permitió el florecimiento de tantos elementos culturales que  poblaron de asombro a los barbados visitantes) y también de las artes ( oh plumaje, oh orfebrería, oh culturas clasificadas por su aporte cerámico, oh figurinas paridoras y lactantes convertidas en Venus) Y por allá poesía que quizá no literatura pues la etimología requiere su persistencia material en la escritura. Porque, claro, los códices son siempre pre-hispánicos o pre-históricos: algo allende la racionalidad, donde el mito de la tierra plana termina en profundos abismos. 

Muy humildemente, y aunque parezca lo contrario, a veces me parece que estas posturas tan eurocéntricas siendo latinoamericanos y latinoamericanas nos retrotraen a algún Medioevo perdido en los viajes de Colón. Germen de inquisidores que también nos pertenece y tal vez debamos psicoanalizar para poder superarlo, en vez de estarlo maniatando a melíficas aproximaciones del “encuentro” o de lo “bueno” que Europa nos ha dado. Esas visiones pueden ser tan maniqueas como la del indio bueno, que ya no sabemos si es aborigen o simplemente originario. Y hasta nos reímos indicando que ni originarios seremos por el nunca bien ponderado viaje a través del estrecho de Bering, como si el enigma del eslabón perdido y quizá africano no ubica a todos los continentes, salvo a África, en la misma situación de que milenios atrás fue llegando la especie a cada uno paulatinamente, considerando además que lo hoy conocemos como mundo no era exactamente igual a las  masas de tierra y de mar de aquel entonces.  Es decir, siempre descalificándonos, o simplemente negándonos a repensarnos de una manera más afirmativa con lo que somos y que cargamos en la piel, en la complejidad cultural y social que nos hace reír, llorar y hablar otro español ¿para qué ocultar lo inocultable? 

¿No es acaso eso del nuevo continente, también otro mecanismo de alienación?, como si no hubiese habido pasado, un pasado que nos hemos negado a incorporar a nuestra historia y es relegada al último contenido de los programas escolares, esos de los cuales podemos prescindir si se presenta alguna alteración de la paz social. Y que queda allá para inocular la idea de que ya no existe. 

Entonces vuelvo a la amada literatura que siempre me permite adentrarme en la historia y la sociología. Vuelvo a la narrativa de José María Arguedas y su “Zorro de Arriba y Zorro de Abajo”, novela de la persistencia ancestral dentro de la marginalidad contemporánea instalada en las costas del Perú, que en medio de los basurales, y del español tan masticado de coca y de fonética indígena hacen esa manera que nunca traspasaría la academia, un español que danza mágicamente aún en medio de la inmundicia de los botaderos de las industrias de pescado. Vuelvo a la saga de Manuel Scorza, por supuesto etiquetado como neoindigenista, (el hábito del bautizo a veces nos lleva a nombrar los procesos compulsivamente como si fuesen santos de calendario o marcas corporativas; o sea, lo copiamos y punto) que hace novela las tremendas movilizaciones y subsiguientes matanzas de indígenas que se sucedieron hará unos cuarenta años en las comunidades del Perú, que pretendían hacer vivo el compromiso de la Cédula Real de mediados de mil setecientos, compromiso que después de ser recogido por los indígenas fue invisibilizado como derecho, como existencia y como legitimidad. Es decir repelido por hacendados y caporales, desconocido y reprimido por las autoridades y silenciado por la prensa. Una de esas cinco novelas, que es “Garabombo el Invisible” indica como el líder comunitario presenta el hecho de no ser oído ni escuchado cuando es encomendado por la comunidad para hacer el reclamo histórico, entonces se metaforiza el hecho, adjudicándole propiedades mágicas al asunto: Garabombo es invisible, señal de que la lucha se debe hacer volviendo al pensamiento mágico que lo explica y afirma, y basado en esa invisibilidad recorre los poblados llevando el mensaje de la insurrección pacífica basada en la legitimidad que sin embargo los mecanismos de poder establecidos nunca han reconocido y, por cierto termina, en las cinco novelas, con terribles y sangrientas matanzas donde los movimientos indígenas fueron criminalizados por la prensa de entonces. 

No sé por qué todo esto me parece tan familiar, y tan común al destino que muchos de los movimientos sociales actuales que recorren el continente, y que trae de los quichés el testimonio sobreviviente de Rigoberta Menchú, de los Yupcas a Sabino Romero y su línea familiar asesinada, a los Mapuches, al Zapata histórico y a los anónimos, a los  tanto Pancho Villa seguramente tildados de bandoleros, y otros muchos que el silencio y la ignorancia nos oculta, y nos anestesia con complejas maneras para olvidar que los pueblos originarios siguen siendo sujeto de la historia, y tanto es así que recientemente se funda un estado plurinacional como el de Bolivia. Pero no es fácil ni sencillo retomar lo golpeado por tanto tiempo. Ello requiere muchísimas reflexiones, reconsideraciones, sensibilizaciones y reacomodos que todavía siguen siendo parte de la vida en América Latina. Entre ellas tener conciencia del contexto en el cual surgen las escuelas arqueológicas en América Latina y el papel que han jugado las ciencias sociales en la construcción de la historia y de la función que juegan en la elaboración que de nosotros mismos tenemos como pueblo. 

Apenas referiré al respecto el aporte de Meneses y Gordones (2010) quienes plantean toda una revisión de los enfoques arqueológicos que se han realizado en Venezuela desde que se ha intentado construir una historia patria a partir de Guzmán Blanco para acá, teniendo a Juan Vicente Gómez también como otro hito, cuando en la necesidad de constituir la noción de República grupos de intelectuales conformaron la primera ola de estudiosos para reconocernos más allá de la inexacta visión de las Crónicas, (Entre ellos Rafael Villavicencio, Adolfo Ernst , Lisandro Alvarado) Esa primera escuela buscaba reafirmar el papel civilizador del europeo, la pureza de raza indígena y la convicción del “desarrollo natural de los procesos históricos”, es decir la idea de que hay una sola manera de transitar el devenir social en el tiempo. Y dentro de ese despliegue del pensamiento liberal moderno hubo la necesidad de anclar la noción de indio, que permite una interpretación racial y colonial de nuestras raíces. Esa primera escuela arqueológica que aporta las primeras colecciones y documentos  sistemáticos tiene como modelo la escuela francesa y la escuela alemana, de finales del siglo XIX.

A partir de Juan Vicente Gómez el interés y la participación de Norteamérica en la industria petrolera venezolana, permite la irrupción de una segunda oleada de exploradores, financiados por corporaciones petroleras, lo que según Meneses y Gordones conlleva la irrupción epistemológica del paradigma arqueológico estadounidense, interesado además en que ellas permitieran el reconocimiento del potencial minero del territorio. Se aborda más los rasgos de estilo sobre todo de la cerámica, antes que entender la arqueología como posibilidad de conocer la historia originaria y por ende de la nuestra como pueblo.  Todas estas posturas propician la apropiación y control de los centros de estudio desde la fundación de las Escuelas y Decanatos universitarios hasta de los Institutos de Investigación, traspasando y acompañando el apogeo político vivido desde la muerte de Gómez hasta el mandato de Marcos Pérez Jiménez, que igualmente quería alimentar su paradigma del “nuevo ideal nacional” bajo las premisas de orden y de progreso. Es así como la arqueología, y su papel en la imagen que tendremos de nuestros primeros pueblos y de éstos como elemento vivo de nuestra sociedad sigue siendo un factor poco discutido, como si pudiésemos obviar que para intentar cualquier recorrido por los aspectos de los pueblos, requerimos entender las posiciones ideológicas que conforman las epistemologías de las disciplinas científicas que los estudian. 

Miguel Acosta Saignes figura como el iniciador de la tercera tendencia, formado en México no ve la cultura como fin totalizador de la realidad social sino como parte de una realidad más amplia que permite entender los procesos históricos impulsados por los pueblos. Desde esa perspectiva se consolidaría la emergencia, de la arqueología social latinoamericana, del cual sus más prolíficos estudiosos son Mario Sanoja e Iraida Vargas, tendencia que tomaría cuerpo entrado los años setenta del siglo XX, que reivindica la labor de los arqueólogos como historiadores, quienes al precisar los contextos arqueológicos pretenden determinar las leyes causales de los procesos históricos aborígenes y la conexión de las sociedades aborígenes con el presente. 

Es duro adentrarse en el mundo de las culturas aborígenes porque a pesar de la profusión de textos descriptivos de rasgos sociales, culturales, literarios y/o artísticos, estos precisamente empiezan por desvincular los diversos objetos o manifestaciones entre sí, desconectar a los objetos de su pueblo, de sus imaginarios y de su existencia histórica. Son pueblos siempre tratados en tercera persona, no son nuestros abuelos,  nuestros padres, nuestros hermanos, una parte de nosotros. Y aunque tal vez al caminar por ciertas veredas, relacionarnos con la realidad natural o simplemente degustar ciertos sabores estamos permaneciendo junto a parte de esta herencia, en el discurso siempre son ellos, los otros. Pasadas las fronteras todos somos sudacas o espalda mojada, latinos exuberantes y estridentes, cholos o curacas, como Vallejo en París, recordando “las claras orejas de su burro”, mientras vertía una de los testimonios poéticos de mayor experimentación, en medio de las gramáticas de los pueblos que lo habitaban. A eso le soy fiel. A esa búsqueda nuestra siempre compleja, diletante, cuestionadora, porque no se sabe en ese espejo que nos trajeron como tesoro qué es más fiel: si la conciencia de la realidad o la imagen que en nuestra mente otros han abonado. 
Marzo 2013.


CULTURA INDOCAMPESINA
 (APORTES DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS A LA CULTURA INDOCAMPESINA)
 Autora: Norelys Blasco


CULTURA INDOCAMPESINA

     Desde el paradigma epistemológico de la ecología de los saberes que tal como lo
señala De Sousa (2009), “apunta fundamentalmente a prácticas de conocimiento que permitan intensificar la voluntad de transformación social” se pretende la construcción de una nueva comprensión crítica desde lo que somos, a partir del análisis del poblamiento originario de Suramérica y el Caribe y el estudio de su impacto en la configuración histórica de la cultura indocampesina, como legado cultural de “nuestros primeros padres”.

     La transición progresiva  de los modos originarios de vida de los pobladores de Suramérica y el Caribe de cazadores recolectores  a otras formas de organización sedentaria corresponde al “neolítico en América" en el que se fundamentó el surgimiento y expansión de la agricultura  como modo de producción intensificable que permitió no sólo la sustentación de las poblaciones más numerosas, con mayor densidad de población y  su posibilidad de especialización que originó posteriormente sociedades más complejas como la sociedad tribal igualitaria, sino también la consolidación del bagaje cultural de los pueblos asentados.

     Sanoja (2006) desde una perspectiva histórica integracionista y humanista  ubica esta nueva forma de poblamiento a comienzos del Holoceno, hace 10.000 a 8.000 años antes del presente,  cuyas causas se encuentran en una serie de modificaciones climáticas y cambios importantes en la evolución natural de los medioambientes y en las condiciones geoambientales, que consecuentemente alteraron la flora y la fauna, variando el paisaje  tanto en el Caribe oriental y el litoral atlántico de Suramérica,  como también sobre el litoral pacífico “que indujeron cambios correlativos en los modos de vida de los pobladores que allí habitaban.” (ob. cit. p. 23).

     Muchos investigadores consideran al desarrollo de la agricultura como un cambio crucial en la evolución cultural de los pueblos originarios, con este descubrimiento comenzó el cultus (latín) es decir, el cultivo de la tierra, que hacia  el siglo XIII europeo dio origen al término cultura, que a su vez deriva de la voz “colere”, cuyo  empleo  designaba una parcela cultivada o cuidado del campo y del ganado. Más tarde, en el siglo XVIII (Siglo de las Luces), la palabra cultura adquiere un sentido metafórico del estado de la mente como “cultivo del espíritu” y no el estado de las parcelas, dejando el término agri-cultura para diferenciar el cultivo de los campos. 

          En las poblaciones originarias el desarrollo agrícola y el sedentarismo tuvieron como consecuencia inmediata el aumento de la población. En el caso de nuestra América, el cultivo y la domesticación de animales y plantas como la yuca, el ñame, la pericaguara, el moriche, no sólo fue consolidando la formación de las primeras aldeas estables, sino que “produjo, alrededor del año 4.000 antes del presente, en el noreste de Suramérica un importante evento histórico: la consolidación de las principales familias lingüísticas suramericanas” (ob. cit. p. 27).

                                                         Tomado de: www.isp.gov.ve
     Estas transformaciones culturales de los pueblos originarios del continente americano, a partir de los nuevos modos de vida sedentarios estaban influenciadas por la expansión de sistemas agrarios tales como la “vegecultura (cultivo y procesamiento de raíces y tubérculos)” así como "la semicultura (cultivo de granos como el maíz, frijoles, etc.)”, que no sólo permitió la conformación de modos complejos de organización sociopolítica, sino también, configuraciones cosmogónicas, producto de su intima y armónica  relación con la tierra y la vida, desde la complementariedad que implica el respeto a todos los seres que habitan el planeta,  incluyendo los animales y las plantas, fortaleciendo ese sentido de pertenencia, ese auto-reconocimiento de una identidad cultural que ha perdurado a través de una historia caracterizada por la resistencia ante la  discriminación, el olvido y la exclusión. 

     Sin caer en actitudes de lamentación ni de sobreestimación, Briceño (1994), comparte este “elogio de las culturas primitivas” en su libro “El laberinto de los tres minotauros”, dice:
No buscaban dominar a la naturaleza sino lograr un equilibrio con ella y lo lograron de manera variada según las condiciones ecológicas, de manera creadora según las diferencias de su sensibilidad y los matices de su sentido estético. Aprendieron a vivir con la selva, con la montaña, con el mar, con los llanos de grandes ríos, con el desierto, sin dañarlos y sin perecer. Ni ecocidas ni suicidas. ¿Puede decirse lo mismo de Occidente? 

     Este legado cultural de los pueblos originarios de Suramérica y el Caribe constituye el cultus originario del sistema agrario indocampesino,  que Sanoja (ob cit) define “como una asociación de prácticas y técnicas agrícolas con formas de relaciones sociales de producción que tiene como objetivo producir alimentos y propiciar el crecimiento tanto cuantitativo como cualitativo de un grupo humano determinado.” (p. 29). En el caso de Venezuela como en otras latitudes latinoamericanas y caribeñas, las poblaciones campesinas mantienen profundos vínculos históricos y culturales con “nuestros primeros padres”, tal como Galich, (1979) denominó a los pueblos originarios de América.

Tomado de:
hablavenezuela.com
     En este sentido, la construcción de la sabiduría indocampesina se desarrolla íntimamente a través del arraigo a la tierra, tal como lo afirma Márquez (2004): “el espacio social del campesinado está en función de su relación con la naturaleza”.  Por otro lado, en la cultura indocampesina  se observan diferentes formas de cooperación para la producción, el intercambio y formas de asociación propias de los modos igualitarios de organización  colectiva y reciproca reguladas por el sistema de parentesco de las culturas originarias, tales como la cayapa, el convite y la mano vuelta. Igualmente,  el caserío como forma predominante de poblamiento tiene gran afinidad con la espontaneidad y naturalidad con que los primeros grupos humanos poblaron el continente americano. Es importante resaltar, que el trabajo agrícola manual es una de las principales característica identitaria  con  las comunidades originarias al mantener el principio que la tierra debe producir en cantidad y calidad sin causarle daños, de igual manera, la trasmisión oral de los saberes, haceres y quereres  obtenidos por la observación del medio ambiente juega un rol muy importante, cuya sabiduría colectiva se condensa en la práctica agrícola del conuco,   término taino del lenguaje Arahuaco, que quiere decir, “lugar donde se siembra los alimentos”.   

     Al término de este escrito, se considera necesario hacer dos precisiones. En primer lugar, que los referentes de la identidad colectiva indocampesina, son a su vez permanencias de un continum histórico que no se rompe a pesar de la desmemoria y el olvido, elementos resaltantes en el  trabajo sistemático de la cultura occidentalista de la dominación. En segundo lugar, el reconocer-nos en este “mecate histórico” desde la
 Integración Latino América y del Caribe.
                           Tomado de: www.giron.co.cu
perspectiva de un proceso integral que se extiende desde la antigüedad remota hasta el presente, desandando el camino de torno, retorno y contorno, en un ir y venir dialógico,  con el sabor ancestral en la boca, el corazón en el presente y la mirada amorosa en el futuro nos conmina a la acción colectiva y comprometida necesaria para lograr el  nuevo proyecto de integración latinoamericana y caribeña que estamos construyendo. 



REFERENCIAS
Briceño, J. (1994). El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana. 
Galich, M, (1979). Nuestros primeros padres. La Habana. Casa de las Américas.
Márquez, E. (2004). La investigación cualitativa en el estudio de las identidades colectivas agrícolas en Venezuela. Caracas, Venezuela: Ediciones Rectorado.
Sanoja, M. (2006). Memoria para la integración. Ensayo sobre la diversidad y la unidad histórica de Suramérica y el Caribe. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana. 





El Latir Indígena de América Latina y del Caribe 
Autor: Luis Maldonado



Logotipo del Conselo Indígena del Sur.
Cada día el horizonte de la vida demarcado por quienes delinearon nuestro pensamiento sobre quienes somos, de dónde venimos, que queremos, y en que creemos nos marca el punto de crear un proceso de invisibilización del otro o de los otros, que conduce a una negación que se plasma en la zona del ser y en la del no ser  y que llega a ser aceptada como algo normal. 

Se ha llegado a tal extremo que en nuestros países se da más valor a la forma externa de como se expresa el indigenismo, si el traje es colorido, si tiene plumas exóticas. “Cuando en realidad, ser indígena va mucho más allá de meras apariencias o estigmas burlescos de la sociedad “bien”, que los encasilla con ánimo de restarles valor”, estás  apreciaciones de la abogada de los Derechos Humanos E Indígenas del Perú,  Francisca Cavalié Pac en el año 2012, reflejan esta realidad. Según cifras aportadas por la citada autora, existen alrededor de 370 millones de indígenas en el mundo, en casi 90 países. De las 7000 lenguas, aproximadamente, se estima que más de 4000, son habladas por pueblos indígenas, y son estas lenguas las que corren riesgo de desaparecer. 


franciscoeliasprada.blogspot.com
En este sentido, los estudios antropológicos acerca de los indígenas, desde una visión epistemológica positivista, se han referido a ellos como los otros, los diferentes y hasta en algún momento, como los primitivos. Es tal vez solo desde el último siglo o la última mitad de este que se han empezado a ver de una perspectiva distinta que valoriza su cultura, como el indígena ecológico, como consecuencia del  reencuentro del conocimiento científico con los otros saberes  que incorpora experiencias y conocimientos sociales silenciados, marginados y desacreditados de los  pueblos, que en la epistemología positivista suponían una práctica negativa. (Mejía 2008). 

 En otro orden de ideas,  de acuerdo con  el diccionario de la lengua española indígena es un término que, en un sentido amplio, se aplica a todo aquello que es relativo a una población originaria del territorio  que habita, cuyo establecimiento en el mismo precede al de otros pueblos o cuya presencia es lo suficientemente prolongada y estable como para tenerla por oriunda. La definición asignada a la población milenaria reconoce que es tan antigua o más que los propios colonos, y que fueron capaces de descifrar las complicaciones evolutivas o adaptativas en armonía con su entorno para garantizar el desarrollo social, económico, religioso y hasta militar de su población.  En consecuencia el ser indígena representa la capacidad de vivir en armonía con el ecosistema y nuestros iguales o distintos, la cosmovisión que sustenta esta relación nace de la importancia que se le asigna a todo ser humano dentro del universo en el que vive una interacción dinámica y necesaria. 

Ruinas de Chanchan.
Tomado de: 23.blogspot.com
El indígena Latinoamericano presenta una cosmovisión y una manera de interactuar armónicamente con el ecosistema, evidenciado en los logros obtenidos en la agricultura con grandes avances en la producción, la rotación del suelo y la siembra, la utilización del abono orgánico y los primeros trabajos conocidos en la manipulación genética,  que se manifiestan en el tamaño y color del maíz. De igual manera, el arte y la ingeniería desarrollada por nuestros ancestros no han podido ser replicadas por las tecnologías actuales. De tal manera que en la actualidad no se ha podido descifrar el enigma que representa las ciudades del Cuzco, Machupichu, y Nazca. Asimismo la   construcción de esplendidas pirámides en la selva tropical con dimensiones matemáticas envidiables, o el desarrollo de un agricultura, y ganadería en las altas montañas y punas, y el desarrollo orfebre, y metalúrgico alcanzado. En consideración con los planteamientos señalados, cabe preguntarse ¿qué hubiese ocurrido si no se interrumpe su desarrollo? 

En la actualidad se ve con indiferencia el legado de los pueblos indígenas al  desarrollo de Latinoamérica y de Europa. Se olvida el saqueo y destrucción del cual fueron víctimas. Europa logro la introducción de  la  papa, y el maíz,  en momentos críticos, que frenaron el descontento y el hambre de ése continente.

Hoy en pleno siglo XXI, los pueblos originarios siguen siendo perseguidos y marginados. Siguen luchando por el rescate de su tierra que les fue arrebatada, por mantener sus tradiciones basadas en una relación cósmica con el universo y su ecosistema, manteniendo la relación de reciprocidad entre los individuos que la componen o conocida como aymicui (yo para ti lo mismo que tú para mí) y la redistribución de la producción para que nadie en la comunidad muera de hambre de frio o de alguna necesidad, Ahora bien, hablar de nuestros indígenas es hablar de nosotros de una historia y un futuro común. 

El ser indígena resulta difícil por todas las estigmatizaciones, negaciones, maltrato, producto de prejuicios y estereotipos difíciles de derribar, pues esto implica liberarnos del colonialismo epistemológico, religioso, ideológico que domina el pensamiento y el conocimiento en nuestra sociedad. 

En este sentido Briceño (1993), plantea que el mismo nombre América, nos señala un estado de dependencia a un orden superior. Apunta el autor  que el término América significa “estado, algo vasto, impersonal, poderoso, superior, algo con oficinas, con censos, con estadísticas, con científicos sociales, con planes de incorporación, con ideas emociones, palabras, acciones distintas de las mías. América quiere decir Occidente yo me opongo a América; una tribu es persona, un estado no es persona”. De tal modo que  la persona que no entre en esta categoría de América y de la visión occidental se transforma en bárbaro.   

En  este sentido, se  plantea  que  Latinoamérica  se encuentra colonizada desde diversas áreas, económica, política, educativa, ideológica y cultural sobre la base de una concepción epistemológica centrada en el eurocentrismo, que ha constituido una  barrera en la construcción del conocimiento social,  para acceder a la realidad,  y abrir el conocimiento ante las nuevas posibilidades (Wallerstein 1996). 

Por ello resulta titánico revertir  siglos de dominación en pro de un desarrollo social político económico y educativo mirando hacia el Sur como una realidad vibrante capaz de generar nuevas y diferentes visiones de mundo con una cosmovisión latinoamericana recordando nuestros principios originarios. De tal manera la construcción de una identidad latinoamericana será posible mientras se reconozca y considere el latir originario vivo como raíz fundamental en esta multiculturalidad.

Al respecto, Boaventura de S. (2009),  plantea la necesidad urgente de reconocer y responder a la realidad latinoamericana a través del desarrollo epistemológico del Sur. Planteada como la búsqueda de conocimientos y de criterios de validez del conocimiento que otorguen visibilidad y credibilidad a las prácticas cognitivas de los pueblos, grupos sociales,  indígena, campesinos, entre otros,  que han sido históricamente explotados, invisibilizados, y oprimidos por el colonialismo. 

En nuestros días se sigue evidenciando un racismo étnico, una negación del indígena, del mestizo y afro descendiente que componen nuestra sociedad venezolana. Los ciudadanos se sub clasifican en torno a su procedencia social, económica, étnica, religiosa, política y se construyen líneas o zonas de poder ya planteadas,  verdades y aceptación, a través de políticas, leyes,  normas y  reglamentos limitando los espacios de participación ciudadana, que niegan al otro como ser legítimo. Sin embargo, según Cavalié F. (2012) los pueblos indígenas se identifican y expresan a través de sus lenguas, costumbres, espiritualidad, conocimientos ancestrales y tecnologías,  sin por ello dejar de integrar en su vida cotidiana, tanto los valores de su cultura, como los de la cultura occidental (de los conquistadores) para contribuir al respeto y la paz entre todos los pueblos del mundo.




En este contexto, la construcción de un paradigma emergente del conocimiento social en América Latina exige una crítica y superación del eurocentrismo como uno de los aspectos centrales del positivismo. Aunque las ciencias sociales son parte integrante del sistema de conocimiento mundial, son pocas las veces que América Latina ensaya propuestas teóricas que recojan su propia singularidad. Las perspectivas expuestas por José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, en los años veinte; la teoría de la dependencia y la teología de la liberación, en los años sesenta; y, recientemente, la teoría de la colonialidad del saber y el pensamiento autopoiético, de Maturana, así como la ecología de saberes de Boaventura, abren un conjunto de posibilidades para intentar desarrollar una perspectiva teórica desde esta parte del continente que considere nuestras realidades y naturaleza las cuales se mueven y transforman en una dinámica mestiza  única que late con una fuerza y pasión indígena.  



REFERENCIAS

Briceño JM: (1993). El laberinto de los tres minotauros.  Monte Ávila. Editores Latinoamericana. Caracas. Venezuela. 
Boaventura de S. (2009). Una Epistemología del Sur. Clacso. Coediciones. México.
Cavalié Apac F. (2012). Ser Indígena es… Blog electrónico. Disponible en: http://elmundodenavita.blogspot.com/2012/05/ser-indigena-es.html / Abogada  DDHH y Pueblos Indígenas
Diccionario de la lengua española (vigésima segunda edición), Real Academia Española, 2001.
Mejía  J . (2008).  Epistemología de la investigación social en América Latina. Desarrollos en el siglo XXI. Disponible en:
http://www2.facso.uchile.cl/publicaciones/moebio/31/mejia.html
Wallerstein, I. (1996). Abrir las ciencias sociales. México: Siglo XXI y Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades UNAM.






 Llegada de la humanidad al continente americano y su valor actual, desde una cosmovisión Latinoamericana y Caribeña  


 Autor:  Félix Pastrán


A lo largo de la historia se han realizado diferentes planteamientos en cuanto a la llegada de la humanidad al planeta tierra, visto desde ideas religiosas hasta evidencias científicas como las de “Lucy” hace aproximadamente 3.2 millones de años y más recientemente localizada “Ardí”, con datación aproximada de 4.5 millones de años antes de ahora, en ese sentido el continente americano no escapa de este diacronismo y sincronismo que desea comprenderse basado en una fundamentación clara y aceptado por comunidades científicas, por ello han surgido una serie de teorías que intentan descifrar ese hecho importante, señalando que estos basamentos epistemológicos deben ser notoriamente claros y completamente integradores. 

El poblamiento americano podría calcularse aproximadamente a 43.000 – 32.000 años antes del presente, siendo estos viajeros provenientes desde África, Australia, Asia, Europa hacia América, basándose estos hechos en fósiles encontrados en diversas áreas del continente americano, como por ejemplo: huesos utilizados como herramientas (Cavalli, 2000). De igual manera existen otros autores citados por Sanoja, (2006), como: Chatters, (2002) que menciona la llegada de éstos primeros grupos al continente se produjo hace aproximadamente 13.000 años antes de ahora; asimismo, Neves y Blum (2000) realizan una data craneología calculada aproximadamente a 10.000 años antes del presente que concuerdan con los pobladores originarios provenientes de familias: australoides, polinesios, africanos, asiáticos y europeos.

En ese sentido el autor Alex Hrdlicka señala que estos humanoides atravesaron el Estrecho de Bering en un periodo de glaciación en el Pleistoceno, provenientes de Siberia y Asia, los cuales posteriormente fueron poblando de “norte a sur” la totalidad del continente. Asimismo, Florentino Ameghino declara la teoría autoctonista en la cual señala que el primer hombre americano fue originario de las pampas argentinas, siendo esto refutado por no pertenecer su evidencia de un fósil (fémur) a un humano y el cráneo que según él era del primer hombre, no correspondía por ser muy actual a la fecha. El autor Paul Rivet presenta una teoría emergente y con mayor reconocimiento científico, debido a la postura en cuanto a la llegada de los paleoindios desarrollada por diferentes espacios y momentos, sin olvidar la multiculturalidad de estos viajeros los cuales provenían desde la Melanesia-Polinesia y hasta las costas de América del Sur, fundamentada por evidencias etnológicas, arqueológicas de los asiáticos y mongoloides (con rasgos de talla media, músculos pronunciados, cabeza alta, frente angosta y corta, nariz ancha y pragmatismo alveolar), en ese sentido Méndez Correia propone finalmente que fueron originarios de Australia y la polinesia hasta atravesar el polo sur y llegar hasta el extremo más meridional del continente americano (Rivet, 1974). Vale la pena mencionar que estos paleoindios, eran seres humanos descendientes directos de las primeras oleadas de habitantes en el continente y cazadores de animales de gran tamaño); mientras que la categoría de mesoindios; serian los aborígenes con modos de vida como: cazadores, recolectores y pescadores) y finalmente los neoindios son los que se dedican a la alfarería y los que se mantienen en la resistencia actualmente.

Estas diversas oleadas generaron pequeñas tribus con modos de vida propios de cazadores, pescadores y recolectores, concretamente en el norte del continente se ubicaron grupos de aborígenes con habilidad para la caza de fauna como: matutes y bisontes, con dataciones de aproximadamente 55.000 años a.p. localizadas específicamente fósiles en Minessota, Oklahoma (37.000), Alaska (29.000) y Pennsylvania (31.000), México (24.000) años antes del presente; mientras en el sur prevaleció el cultivo de la tierra debido a las potencialidades climáticas, geomorfológicas y la diversidad vegetal hace aproximadamente de 50.000 a 15.000 años antes del presente, con evidencias concretas como las de Colombia, Perú, Argentina y Ecuador de hace 11.000 años a.p.. Cabe resaltar que estos pequeños grupos de personas se movilizaron de manera lenta y progresiva dependiendo de los recursos que la naturaleza les suministraba, por ello algunos fueron nómadas y otros sedentarios, utilizando herramientas como puntas de proyectiles lanceolados bifocales, madera, huesos, conchas, puntas Clovis, Pebbles Tools (Cantos rodados) y lascas para sus labores diarias.


Enterramiento con su ajuar de la región de Quibor,
Estado Lara (Museo Arqueológico de Quibor)
En Venezuela, específicamente en las costas del estado Falcón y en la hundicion Quibor-Cubiro del estado Lara, se han encontrado restos arqueológicos con una notable industria lítica compuestas por puntas de proyectil folicaceas, romboidales, fauna como megaterios, mastodontes, estegomastodontes, camelidos, lobos, toxodontes con fecha de unos 13.000 antes de ahora (Sanoja y Vargas, 1992), lo cual permite reconocer la importancia geográfica del país en la región suramericana, ya que para avanzar hacia el sur Venezuela funciono como camino de notoria importancia, multiplicándose así la talla lítica o la manufactura de la época hasta llegar a Lauricocha (Perú) y Ayampitín (Argentina) (Gonzáles, 1960).

De esta manera estos grupos de humanoides se organizan en sociedades de una manera geográficamente vertical y no segmentada o dividida desde mesoamerica en el valle poblano Tlaxcalteca, con presencia de los Tarascos y Mistecos (Mayas). En el caribe con presencia de los Arahuacos y Caribes, en espacios que hoy en día son: Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Norte de Venezuela y Colombia, y norte del río Orinoco y la cuenca amazónica; y por último pero no menos importante la región andina, partiendo desde lo que en la actualidad se conoce como el Pico Bolívar en Venezuela hasta cabo de Hornos en la República de Argentina, con su diversidad de pisos térmicos en los andes de páramo y de puna, entre tierras frías, heladas y templadas, con presencia de grupos étnicos Guajiros, Senues, Cuicas, Atacames, Tallanes, Chonos, Inka, Shoar, Puruma, Canas, Pacaje, Lipe, colla, Sora, Caquetios, Paracas, Chacahas y otros (Garavaglia y Marchena, 2005).

Posteriormente, a partir de 1942 estos espacios americanos fueron invadidos al momento de la llegada de los exploradores europeos provenientes de España, como Cristóbal Colón, Portugal e Inglaterra principalmente, arrojando gran número de victimas en luchas como la guerra de Cuzco, la invasión en Tucuman y Cuyo, motivado principalmente por la abundancia de los metales preciosos del continente, siendo estos finalmente exportados a las arcas de los países europeos, concentrando el poder económico, político propio de comerciantes, viajeros y esclavistas oportunistas; generando de esta manera el mal llamado “mestizaje”, el cual Briceño, (1993) plantea que es “una palabra ligada a una percepción biológica, a la noción de raza y cruce de razas, a la noción de una raza superior y una inferior.”, es decir, ya para la época se plantea un racismo científico, el cual hoy debe llevarse al orden científico emergente para ser discutido debido que esto genera separación en el ámbito social y minimiza biológicamente al americano frente a otros seres humanos.

Por todo lo antes mencionado se presume que mínimo, hace 9.000 años antes del presente ya el continente americano estaba poblado, propiciando así una riqueza en las culturas, existiendo así mucho valor antes de la llegada de los exploradores europeos del siglo XV en cuanto a técnicas en la agricultura, las importancia de la religión, las múltiples familias lingüísticas aprendiendo a vivir con la selva, la montaña, el mar, los llanos, ríos y el desierto, sin dañarlos ni perecerlos, en ese sentido, ellos sabían vivir en comunidad y compartir, ¿Puede decirse lo mismo de occidente? (Briceño, 1993).

Así pues, sería un epistemicidio negar u olvidar consecuencias claras y notorias que los aborígenes americanos sufrieron después de la llegada de los exploradores/invasores en el siglo XV, específicamente hechos como: la ocupación o expropiación del territorio por parte de los europeos, evangelización forzosa, el desequilibrio del ecosistema, debido al uso del suelo y del agua sin planificación y preservación, la presencia de epidemias (Viruela, sarampión, fiebre amarilla, malaria y rubeola); lo cual sumado al trabajo y la dieta baja propicia una disminución notable en la población, ya que solo en México de casi 23 millones de habitantes en 1519 llegó hasta casi 1 millón para el año 1605, generando así un “Desahogo vital” en la población y un bajo número de encuentros sexuales y en fin, de hijos; hasta llegar en algunos casos al suicidio colectivo  (Garavaglia y Marchena, 2005).

En consecuencia, como lo plantea De Sousa, (2009) asevera que hoy en día se debe credibilizar las prácticas cognitivas de las clases, los pueblos y de los grupos sociales que han sido históricamente victimizados, explotados y oprimidos, con la finalidad de hacer presente la justicia cognitiva global bajo una mundialización de saberes, que contribuya aclarar la crisis de paradigmas dominante conocido como el positivista lógico y empírico, como lo exige la postmodernidad de oposición que esta en contra de las narrativas emancipadoras que desean realzar la colonización y ocultar el sentimiento y/o vivencias autóctonas que son conocimiento valido para las posturas epistemológicas emergentes como la ecología de saberes propuesta por el mismo autor antes mencionado y no reconocidas en el conocimiento científico cartesiano.

Estas reflexiones novedosas desean comprender de manera crítica, pluridimensional y transdisciplinaria las desigualdades del conocimiento-poder = saber que se ha acostumbrado a multiplicarse por autores europeos en el discurso colonialista, por tales motivos es de gran preocupación que existan hoy individuos latinoamericanos que declaren su negación notoria a las raíces originarias las cuales han sido explicadas con fundamento epistemológico y ontologico, ya que en sus venas corren años de historia aborigen, ya sea por características de blancos, negros y/o pigmeos en la actualidad, es decir, son originarios creyendo o queriendo no serlos, con presencia en todos los espacios y merecedores de ser por naturaleza axiológica provenientes de la Europa primera y segunda según (Briceño, 1993).

En ese sentido, se desea finalizar con el “orden cientificista” que está en emergencia, el cual denomina el autor De Sousa, (2009) como el epistemicio; ya que propicia el realce de las características axiológicas y culturales como un orden científico emergente conocimiento aglomerado en todas esas virtudes de los originarios sin distinción del “conocimiento científico y el conocimiento vulgar”, recordando así finalmente que las ciencias sociales no pueden establecer leyes universales, no pueden producir previsiones fiables porque la misma dinámica del ser humano puede cambiarlas y los fenómenos sociales son de naturaleza subjetiva con el fin de evitar en todo momento algún síntoma de aculturación (De Sousa, 2009), visto desde una cosmovisión propia de los originarios y no desde la óptica dominante o alienante.

Concluyo con una serie de preguntas para la reflexión personal del lector:
¿Cree en la existencia de pobladores originarios antes del año 1492?
¿Considera que existe interculturalidad en las oleadas paleoindias surgidas hace por lo menos 9 mil años antes del presente?
¿Acepta usted la postura del descubrimiento de América o el encuentro entre dos mundos?
¿Cree usted que existe el mestizaje?
¿Es propicio generar nuevas posturas epistemológicas que realcen los valores originarios?
¿Desea erradicar posturas eurocentricas y colonialistas frente a los valores de los pueblos americanos?


Barquisimeto, Febrero de 2013


REFERENCIAS


Briceño, J. (1993). El laberinto de los tres minotauros. Editorial Monte Ávila. Caracas – Venezuela.
Cavalli, L. (2000). Genes, pueblos y lenguas. Editorial critica. España.
De Sousa, B. (2009). La epistemología del sur. Editorial Siglo XXI. México.
Garavaglia, J y Marchena J. (2005). América latina de los orígenes a la independencia. Volumen I. América precolombina y la consolidación del espacio colonial. Editorial Serie Mayor. Barcelona – España.
Gonzáles, A. (1960). La estratigrafía de la gruta de Inthihuasi (Prov. De San Luís, R. A.) y sus relaciones con otros sitios preceramicos de Suramérica. Revista Instituto de Antropología. Argentina  
Rivet, P. (1974). Los orígenes del hombre americano. Editorial Fondo de cultura económica. México.
Sanoja, M. (2006). Memoria para la integración. Editores latinoamericanos Monte Ávila. Venezuela.
Sanoja, M. y Vargas, I. (1992). La huella asiática en el poblamiento de Venezuela. Cuadernos LAGOVEN. Venezuela.



El Hombre Mismo.     


                                                                                  Autora:  Lola Mujica

       El hombre, siempre el hombre en su búsqueda incesante de explicar y racionalizar lo tangible e intangible. Los sucesos y procesos naturales, físicos, químicos, metafísicos, sociales propios, y aquellos que no le son cercanos sino, que por el contrario, se alejan más de lo que simplemente quiere descubrir. Lo hacen un habilidoso tejedor de  suntuosos e inclusive hostiles fardos filosóficos, epistemológicos, antropológicos y teológicos. Por donde  busca cernir la cerviz, las conciencias e inclusive la humanidad de sus congéneres, que si le son contrarios, simplemente describe como “débiles”, o justifica su destrucción.

       Así es su devenir, forjándose como un repetidor elusivo, en perenne movimiento de oscilación entre las bifurcaciones laberínticas de su reflejo histórico. Historias que narra, según la óptica de su conveniente entendimiento, que le anima aventurarse en la conquista de territorios poblados, de otros mismos hombres. Pero ahora, en distintas tierras de ajena tez, otras costumbres,  otras lenguas, ideologías y así,  un múltiple ropaje de saberes que convergen en una mixtura de imágenes existentes. ¡El hombre, siempre el hombre!

       EL hombre que invade, desdeña al invadido, lo asume como débil, despreciable
, salvaje y se pregunta: y ¿por qué no?, aniquilarlo…En contraparte, el invadido se defiende, lucha porque no le sea arrebatada su dignidad. Pero el conquistador, entre iras, egos y compasión prefiere alimentar los dos primeros, y así erigirse como dueño y señor de todo lo que allí respire.
Grabado de T. De Bry
para la Historia de la destrucción de las Indias
¡El hombre, siempre el hombre! 
No se trata del hombre de occidente, de aquel que proviene del África,  del oriente o de América, se trata pues, del hombre mismo. Ése, que desde su aparición en la faz del planeta tierra, le plació alimentar su vorágine conquistadora de existencias.


       ¿Pero, qué pasa con el invadido?, acaso  ¿es el resultado de una “generación espontánea”, de impoluto proceder?. Pongo como ejemplo, las civilizaciones que hacen miles de años consiguieron su asidero en lo que los antropólogos denominaron Mesoamérica. Éste ropaje poblacional, es el resultado de múltiples luchas, de hombre contra hombre, con miras a lograr el dominio de territorios,  haciendo uso, de incipientes instrumentos de guerra.

       En dicho territorio se han encontrado innumerables fragmentos de alfarería, de ídolos de barro cocido, que demuestran la larga vida en estos parajes de poblaciones sedentarias y sumamente densas durante la época llamada de las “culturas medias”. La primera de ellas, correspondiente a Copilco-Zacatenco, cuya duración se plantea de siete largos siglos. La segunda civilización, de Cuicuilco-Ticomán, de trescientos años de apogeo, se caracterizó por la construcción de la primera edificación maciza mexicana de piedra.  En forma de círculo, con un diámetro aproximado de 123 m y una plataforma de 20 m aproximado de altura que sostenía un altar.

       La cultura de Teoitihuacán, se mantuvo floreciente por un poco más de dos milenios, se
supone provenían de alguna región de la costa del golfo de México. Es esta cultura, donde se construyen en diversas etapas, dos grandes pirámides truncadas; la del Sol y la de la Luna. Así mismo, las máscaras funerarias en piedras de alabastro, calcedonia y diorita, las esculturas de dioses como la del agua o la de la serpiente emplumada, además del desarrollo de la pintura.

       Una tribu nahualt, que después de recorrer las llanuras  y desiertos del noroeste, fue poblando diferentes localidades como, Teotihuacán, Colhuacán y Tula. Se trata de la civilización Tolteca, a quien se le ha atribuido durante largos años, las manifestaciones culturales que datan de épocas anteriores a la de los aztecas. Fueron ellos quienes aportaron lo relacionado con el calendario y los signos gráficos con los cuales se representaban las fechas. Fue Tula su capital, la que constituyó una metrópoli de impresionante magnitud, de pirámides y esculpidos  templos en honor a Quetzalcoatl, águilas, urubúes, coyotes y jaguares. Además de relieves de guerreros, vistos generalmente de perfil  que sostienen en la mano un propulsor y una espada curva constituyeron las imágenes existentes de su cultura ancestral.

       Pero, ¿por qué la imagen del guerrero?.., son las imágenes, e imaginarios discursivos y sonoros de los pueblos,  quienes reflejan su realidad, sus prioridades e inclusive, los sentires de una civilización. Fueron esos guerreros toltecas en los alrededores de la ciudad de Tula, los que se enfrentan a los aztecas, que comandados por su jefe Huitzilopochtli, libraron una sangrienta batalla conquistadora en tierras ajenas.

       Allí pues conseguimos ese mismo hombre, pero ahora integrando la civilización azteca, desenvainando armas rudimentarias, pero contundentes que le permitieron lograr el mismo
Tomado de :www.all-art.org
objetivo que mueve desde la génesis del hombre su ideario común, siendo pues, un habilidoso tejedor de  suntuosos e inclusive hostiles fardos filosóficos, epistemológicos, antropológicos y teológicos. Por donde busca  cernir la cerviz, las conciencias e inclusive la humanidad de sus congéneres, que si le son contrarios, simplemente describe como “débiles”, o justifica su destrucción, y se pregunta: y ¿por qué no?, aniquilarlo… ¡El hombre, siempre el hombre!


       No puedo dejar de reconocer, que cuando ese mismo hombre, sumergido en la sustancia de tiempos breves, se hace sordo de su naturaleza aniquiladora, entonces reproduce y crea lo que la naturaleza que le rodea, le invita a colorear. En el caso de la civilización azteca, ese mágico proceso creativo multicolor, los inspiró a conocer y cultivar frutos jugosos como  el melón, la particular vainilla, la picosa pimienta, los coloridos tomates y el suave algodón. Así mismo, cultivaron el cacao, desarrollaron la arquitectura, la cerámica, mosaicos de jade y turquesa que recubrieron máscaras y utensilios con mangos de madera. Resultado de su mundo espiritual dualista: “lucha” cotidiana del día y la noche, del sol y la luna.  

             
Tomado de: www.elistas.net
Y así su música azteca,  de naturaleza abstracta y espiritual.  No existe, sin la presencia de ese hombre mismo, como impulso creativo, de una antiquísima y primitiva pentatonía acústica. Ejecutada por instrumentos musicales aerófonos como el Atecocolli; caracol marino con un corte en el vértice, las flautas de hueso, de carrizo y de barro. Los instrumentos ideófonos como la sonaja y el Tzicahastrli; raspador construido con un fémur humano, dotado de una serie de ranuras que eran frotadas con una concha. Los percutores, como la más antigua caparazón de tortuga o los tambores de un tronco hueco de madera dura.  

       No conocían las escalas musicales, sino más bien tonalidades que se desprendían de modos tradicionales del habla nativa de los primeros mexicanos. Los músicos recibían un mecatl o cordel que los identifica. De allí proviene la palabra americana “mecate”, (del náhuatl  mecatl, cordel). Que portaban en la cabeza, colgando las puntas encima del pecho
.  
       
Que bueno sería, que ese hombre mismo, permaneciera inefablemente sumergido en los colores de la sustancia de tiempos imperecederos, alimentado su bondad creativa y se hiciera de oídos sordos a su naturaleza invasora de territorios  de geografías terrenales, mentales y espirituales, pero: no se trata del hombre de occidente, de aquel que proviene del África,  del oriente o de América, se trata pues, del hombre mismo
       
      
 REFERENCIAS CONSULTADAS

Grebe, Ma. (1976) Objeto, métodos y técnicas de investigación en Etnomusicología: algunos problemas básicos. Revista Musical Chilena. Chile
Lehmann, H. (1977) Las Culturas Precolombinas, Editorial Universitaria de Buenos Aires.
Sanoja, Mario. (1992) Cuadernos Lagoven. La Huella Asiática en el poblamiento de Venezuela. Venezuela



Pueblos Originarios de América
Autora:  Francis Delgado


Las culturas indígenas que han recibido más atención en Occidente, a juicio de expertos en el tema de Civilizaciones Precolombinas como Álvaro Torreón y Jesús Leiva del Museo Smithsoniano ubicado en Washington D.C, EE.UU,  son las de los mayas, los aztecas (o mexicas) y los incas, por cuanto eran civilizaciones netamente imperiales y urbanas, las cuales tenían alguna forma de escritura o de registro histórico que ha prevalecido hasta nuestros días. Además, han tenido una particular significación en la construcción de las identidades nacionales de varios países latinoamericanos, especialmente México, Guatemala, Perú y Ecuador.

Es de destacar que la civilización que dio origen  al legado cultural precolombino fue la que los mexicas llamaban Olmeca, una de las más antiguas de América, se desarrolló en la costa del Golfo de México aproximadamente entre los años 1200 y 400 antes de Cristo, y se extendió hasta el Valle Central de México, Guatemala y El Salvador. 

La astronomía, arquitectura y arte de esta antigua cultura influyeron tanto a los mayas como a los aztecas. De los olmecas son famosas las monumentales esculturas de cabezas en piedra, las pequeñas esculturas en piedra y en jade azuloso, la escritura jeroglífica, y los sistemas de irrigación que atravesaban las ciudades y sostenían la producción agrícola. El juego de la pelota y el culto al jaguar-niño eran dos de las características simbólicas de esta antigua civilización.

Cronológicamente, entre los años 200 a.C. y 500 d.C. se desarrolló en el Valle Central de Guatemala la primera de las 3 grandes cultura Indígenas latinoamericanas como lo fue la Civilización Maya, cuya ciudad principal fue Teotihuacán, en ella se conservan las conocidas pirámides del Sol y de la Luna, así como el célebre templo a Quetzalcoatl (la serpiente emplumada, llamado Kukulkán o Gukumatz entre los mayas, un importante dios-héroe de las culturas mesoamericanas).

La cultura maya tuvo dos periodos de expansión. Inicialmente, entre los siglos IV a IX, habitaron zonas de lo que hoy es Honduras, Belice y Guatemala, y se unieron a la cultura quiché, que vivía en las montañas de Guatemala. En su segunda era, entre los siglos IX y XIV, el epicentro maya estaba en la península de Yucatán, al sur de lo que hoy es México. Cuando los españoles llegaron a principios del siglo XVI, las ciudades mayas ya estaban abandonadas, y la mayoría de la población vivía en zonas rurales.


El calendario maya se hace en base a los
movimientos de los cuerpos celestes.
Siguiendo así los ciclos de la Luna, el Sol y Venus.
Es célebre el calendario maya, uno de los más precisos de aquellos días, dividido en 18 periodos de 20 días y un periodo adicional de 5 días de mala suerte que se llamaba Uayeb (“sin nombre”): 18x20=360+5=365 días. También existía un calendario sagrado (Tzolkin) de doscientos sesenta días que incluía el cálculo exacto del año solar, de los eclipses, y de los ciclos de planetas y estrellas. El sistema matemático era también muy complejo, basado en 20 símbolos (así como el sistema occidental tiene diez números) que incluían el cero. 

Además de la astronomía y las matemáticas, la arquitectura maya contiene las pirámides más perfectas de las Américas. Las plazas y las columnatas, formadas por columnas cuadradas o redondas, eran esculpidas en bajorrelieve. Las ruinas de los centros religiosos de Chichén-Itzá y Palenque (México), Tikal (Guatemala) y Copán (Honduras) son testimonios elocuentes de esta admirable arquitectura monumental.

La escritura era jeroglífica y se ha coleccionado en códices (old manuscripts), aunque también aparecía en elaborados murales. Dos famosos textos fueron recopilados durante la colonia española en Mesoamérica, con valiosos datos sobre la visión del mundo y la historia mayas: el Popol Vuh ("libro de la comunidad" en lengua quiché), texto sagrado que narra el origen del ser humano, hecho de maíz; y el Chilam Balam, libro sobre la mitología, las profecías y los eventos sobresalientes.


Chichén-Itzá
Posteriormente, en el Valle Central de México, alrededor del lago Texcoco, llegaron desde el siglo XIII un grupo de culturas que hablaban diferentes variantes del idioma náhuatl, y por eso se pueden nombrar genéricamente como los aztecas. 

Según sus leyendas, venían de la cultura tolteca (que significa artista o artesano) y, a mediados del siglo XII, los aztecas o Náhuatl (palabra que connotaba “bárbaro” o “salvaje”) invadieron desde el norte, no sin antes imponer sus propias creencias a las tribus que conquistaron.

En efecto, los mexicas o Náhuatl (posteriormente llamados aztecas) venían de una región norteña llamada Aztlán (en lo que hoy es Abilene que es parte de Texas, EE.UU.), fundaron su capital en el centro de un lago porque allí, según cuenta la leyenda, encontraron la señal indicada por los dioses: un águila y una serpiente luchando sobre un nopal. 
La ciudad, fundada hacia 1325, se llamó Tenochtitlán, y para 1428 formó una triple alianza con otras dos ciudades –Texcoco y Tlacopán–, consolidando lo que ahora llamamos el gran imperio azteca. 
Tenochtitlán, hoy Ciudad de Mexico fue construida sobre el lago Texcoco   


Para 1519, cuando llegaron los españoles, Tenochtitlán era una de las urbes más imponentes del mundo, con cerca de 250.000 habitantes, mas que cualquier otra ciudad europea de la época, según relato el Fray Bartolomé de las Casas en 1.526, la cual estaba situada estratégicamente en una isla en el lago de Texcoco, dicha capital se conectaba con la tierra firme por medio de una serie de puentes, los cuales permitían una defensa y control más eficientes para un imperio que tenía guerras frecuentes. 


El maiz, alimento originario de America y
base de la gastronomia de casi todos
 los purblos indigena
s
De la cultura azteca se conservan varios de sus códices y poemas, así como numerosas palabras que hoy son parte del español (chocolate y tomate, entre muchas). La base de la alimentación era el maíz, domesticaron animales como el perro y el pavo (guajolote). Como la agricultura era una actividad central, un propietario perdía su derecho a la tierra si dejaba de cultivarla durante dos años consecutivos.

Entre los jóvenes nobles mesoamericanos era común el juego de pelota (ollama), que también tenía un carácter ritual. Se jugaba con una bola del tamaño de un balón de fútbol, hecha de hule (caucho). El campo tenía la forma de una T doble o una H, que demarcaba los territorios para los dos equipos por medio de una línea central. 

El juego consistía en impulsar la pelota y pasarla por un aro en el campo contrario sin que tocara la tierra del campo propio, pero no se podía usar ni las manos ni los pies. Por eso, los jugadores usaban protectores de piel en las partes más vulnerables del cuerpo, tales como los genitales, las caderas, las rodillas y la cabeza. Entre los aztecas, el campo se llamaba el tlachtli.

La última de las 3 grandes culturas aborígenes fue la civilización inca, la cual se desarrolló aproximadamente en el siglo XV, basada en la herencia de varias culturas anteriores. Hay evidencias de que una gran civilización urbana, con construcciones inmensas, existió en la costa de lo que hoy es Perú casi 3.000 años antes de Cristo. Esa civilización se trasladó luego a los Andes y de ella se derivaron, posteriormente, otras importantes culturas: Chavín de Huantar, Mochica, Nazca, Chimú, Huari y Tiahuanacu. Para 1470, los incas habían conquistado un vasto territorio y anexado muchas culturas vecinas.


La ciudad de el Cuzco, capital del Imperio Inca.
El imperio incaico se llamaba el Tahuantinsuyo (que significa las cuatro regiones de la tierra), y ocupaba desde lo que hoy es el sur de Colombia hasta el norte de Chile, con unos diez millones de habitantes. La capital imperial era Cuzco (o Cusco), que significa “el ombligo del mundo” (ombligo: navel). 

La lengua oficial era el runasimi, que significa “lengua general”, también llamada el quechua (quichua en Ecuador). La base de la estructura social era un grupo de familias que trabajaban como comunidad, y se llamaba el ayllú. Un tercio de la cosecha era para el rey (el Inca), otra porción para la religión, y la otra parte se distribuía entre las familias de cada ayllú según sus necesidades.

Una de las bases del éxito imperial incaico fue la eficiente construcción de casi 18.000 millas de caminos y puentes que unían a la capital con las diversas zonas. Los chasquis eran mensajeros del Emperador Inca, cuya misión consistía en llevar órdenes del gobernante y noticias a todas las regiones del imperio. Corrían largas distancias y tenían un sistema de relevos en el que se pasaban los quipus, que eran instrumentos compuestos de nudos de distintos colores y formas para llevar la contabilidad y conservar la memoria de las noticias. El amauta (sabio) tenía la misión de conservar y presentar la tradición histórica del imperio en días especiales.
El QUIPUS es un sistema decimal. De acuerdo a su ubicación, los nudos representan potencias de 10 unidades. A medida que la cuerda subsidiaria se aleja de la cuerda principal, baja el valor del nudo. Así, para representar la cifra 2,164 hay cuatro grupos de nudos, debidamente espaciados. En la primera posición hay dos, en la siguiente uno, en la siguiente seis y en la última cuatro. Estos equivalen en nuestra notación, a un dos (2) seguido de un uno (1), seguido de un seis (6) y de un cuatro (4) = dos mil ciento sesenta y cuatro (2,164). El quipu no tiene un signo equivalente a cero, el que es representado por la ausencia de nudos. 


Las dos divinidades importantes eran el Inti o Viracocha (el sol), que fertilizaba con sus rayos a su esposa Pacha Mama (la tierra). Un saludo cotidiano de los incas, que revela su código ético, era: “Ama sua, ama lluclla, ama quella”, que significa “no robes, no mientas, no seas perezoso". 

Algunos años antes de que llegaran los europeos en 1532, el último emperador, llamado Huayna Cápac, había muerto sin designar a un sucesor. Por eso, sus dos hijos, Huáscar y Atahualpa, gobernaban cada uno la mitad del imperio, y estaban en guerra para unificar otra vez el Tahuantinsuyo. Finalmente Atahualpa había vencido a su hermano y se disponía a proclamarse monarca único cuando llegaron Pizarro y sus soldados españoles.

Los mayas, aztecas e incas no solo fueron influyentes imperios precolombinos, sino que hacen parte de la construcción simbólica de muchas naciones hispanoamericanas. 

En la comida, también, dejaron una herencia destacada para toda la cultura occidental: ¿qué sería de la cocina europea o americana sin el tomate y el chocolate mesoamericanos o sin las papas o patatas andinas? Además, sus descendientes contemporáneos todavía hoy hacen parte significativa de la población mexicana, guatemalteca, ecuatoriana, peruana y boliviana. 

El quechua, por ejemplo, con catorce millones de hablantes, es la cuarta lengua más hablada de América, y la producción agrícola, artesanal, artística y literaria de estos pueblos constituye un elemento fundamental del patrimonio económico y cultural de sus respectivos países.


REFERENCIAS

Cuadernos Lagoven. Culturas Indígenas. Editorial Monte Avila Editores. Caracas, Venezuela. 2001

Torreón, Álvaro. Civilizaciones Primigenias de Latinoamérica. Editorial Mc Graw-Hill. Estados Unidos. 2008

Leiva, Jesús. Poblamiento y culturas Precolombinas. Editorial Stanford. New York. 2009




ETNIAS INDÍGENAS: LEGADO PRIMIGENIO DE LA HUMANIDAD

Autor: José Alejandro Castillo Sivira

jalejandrocastillo@hotmail.com


     Los grupos aborígenes venezolanos fueron invadidos desde su naturaleza física, psíquica y sociocultural, es decir, a los conquistadores españoles no les importó irrespetar la paz y la armonía en que se encontraban estos pueblos humildes y los llevaron a enfrentarse de manera violenta a lo desconocido y angustioso. Parece que desde ese llamado encuentro –choque de fuerzas humanas con incalculables consecuencias nefastas para la virginidad indígena-  hizo que estos vivieran la oscuridad que se ciñó en sus vidas,
Mapa con ubicación de lenguas indígenas
tomado de esequibonuestro.blogspot.com
encadenaron sus almas sin derecho a réplica y los condenaron sin delito alguno por muchos siglos. Sin embargo, nunca se han negado a morir sin dar la pelea a través de su dignidad para conservar, por los siglos de los siglos, su derecho a sobrevivir. No se puede olvidar que muchas vidas de hombres, mujeres, niños y niñas se perdieron bajo el peso de la espada y la cruz, además de exterminarse valores culturales innegables como las lenguas y la creatividad artesanal ante el temible poderío de lo material y los principios del modernismo (sed por expropiarse de las tierras, la riqueza de esta y de las aguas en todo lo que hoy se conoce como territorio de la América Hispana).

     Ante el panorama anterior, cabe la pregunta ¿Hasta qué punto el ser humano cuando domina a su hermano o hermana con una actitud egoísta, intolerante, rabiosa y ambiciosa es capaz de exterminar la maravillosa capacidad de entendimiento e inteligencia? Observe la dosis de discriminación y miseria que irradia las generaciones florecientes de tal cruce hasta hoy. Las guerras en la nueva América recrudecieron la búsqueda de los valores perdidos durante la época de la colonia, pre y pos-independentista y la identidad propia de cada pueblo se vio resquebrajada ante los ideales de la época modernista. Y todavía hoy preguntamos en los umbrales del posmodernismo: ¿Qué somos si se apropiaron de nuestra esencia espiritual y moral? Tal interrogante vive en el seno de los latinos y es lo que hace posible considerar la definición de identidad (que según González, 2009, s/p, es la que marca la presencia de una individualidad cultural y colectiva). Ejemplo de ello lo veamos a nuestro alrededor ante la palpitante riqueza aborigen, africana y española los valores culturales que exhibimos los latinoamericanos y caribeños y, por supuesto, que es difícil de ocultar y negar –es de aclarar que nuestros genes llevan dicha información y muchos hermanos con desprecio la tildan de mescolanza o simplemente, la desconocen-. Para responder al planteamiento anterior Briceño Guerrero (2008) opina lo siguiente: “La clave para comprender lo que América Latina tiene de singular, de diferente, de propio, de específico es el mestizo; quien comprende al mestizo, comprende a Latinoamérica” (p. 77). Para comprender el mestizaje –Padrón (2006, p. 86) lo denomina cruzamiento biológico del europeo con la aborigen dentro del territorio que comprende a las islas y costas del mar Caribe y en tierra firme al norte de América del Sur- González (2009) determina lo siguiente:
 (…) el sistema étnico Latinoamericano está compuesto por cuatro Macroetnias: Indígenas, Criollas, Biculturales y Geográficas (Geo-Americanas). Es decir, el análisis del sistema comienza con la constatación de cuatro grandes unidades que lo conforman y que actúan dialécticamente y como un todo y, por ser situacionales, las estamos ubicando en una América Latina que incluye procesos desde antes de 1492 (grosso modo) y posteriores a 1492 (…).

Tales macroetnias hacen posible entender la gran complejidad cultural que poseemos y que como propone la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (2005, p. 2) en la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales: “la diversidad de las expresiones culturales, comprendidas las expresiones culturales tradicionales, es un factor importante que permite a los pueblos y a las personas expresar y compartir con otros sus ideas y valores.” Aunque de esta situación surge la negación del otro que se origina desde el proceso de colonización y evangelización en 1492 como un problema de carácter étnico y cultural (en términos de Hopenhayn, 2002, citado por González, 2009) y que aún no se ha podido superar en el siglo XXI y se traduce en discriminación y marginación en sus diversos sentidos y vertientes que los mismos hermanos hispanos ponen en práctica.

     El hablar de conquista –etapa que va después del encuentro de culturas- y colonización -momento sucesivo después de la conquista- hace posible establecer la idea del sometimiento sufrido por los pueblos indígenas en toda la Hispanoamérica gracias al poderío militar y económico de las expediciones europeas. La transformación de los territorios ocupados (y la implantación de nuevos órdenes en lo político, social, económico y cultural) por los europeos. Igualmente, se promovió diferentes regímenes que cambiaron los estamentos de la población desde el ámbito económico como lo fueron las encomiendas (asignación de un número determinado de indígenas a una familia para someterlos a un adoctrinamiento jurídico y religioso) y misiones (sometimiento pacífico de los aborígenes a partir de la religión, sin embargo era otra forma de conquista que provocó la transculturación, así como el sedentarismo indígena). De allí que gracias a al papel bélico y de exterminio de los aborígenes en sus territorios ocupados (desde inicios del siglo XV), se introdujeron los esclavos negros en calidad de mano de obra que era insuficiente (la explotación agrícola provocó tal situación, dado el hecho que los aborígenes se resistían a tal explotación humana). Esto trajo como consecuencia la aparición de las clases sociales diferenciadas a finales del siglo XVIII (en el caso de Venezuela) y la conformación de la llamada sociedad colonial: los terratenientes y comerciantes (blancos criollos y peninsulares); los blancos de orilla y pardos que formaron la clase media (pequeños comerciantes); los jornaleros rurales y urbanos, arrendatarios y campesinos que constituían la clase trabajadora; los negros y mulatos que conformaban las clase esclava; y los indígenas que formaban los grupos marginados.
 
     Ese periodo colonial entra en crisis gracias a los acontecimientos internacionales derivados de las ideas revolucionarias (con la idea de la defensa de los derechos humanos y de igualdad) que provocaron los distintos procesos independentistas en latinoamérica desde la primeras décadas de 1800 y la conformación de una idea de conciencia nacional.

     Pero ¿Cuáles son los aportes de las culturas indígenas primigenias a Latinoamérica y el Caribe antes y después que los colonizadores españoles comenzaron el proceso de conquista? En Mesoamérica y los Andes las culturas que se destacan son la Inca, Maya y Azteca. Son variadas las manifestaciones en materia de hábitat (templos, pirámides y palacios), ambiente, idiomas, artesanía (cestería, cordeles, frazadas, camisetas, gorros,
hamaca, curiaras, cerámica, hacha, arpón, arco, flechas, buriles, punzones, anzuelos, aretes, brazaletes, máscaras, narigueras), coreografía (Tawantinsuyo, el huayno, los yaravíes, los takiraris, los sanjuanitos, bagualas, trotes, la sirilla, el cielito, el vals chilote, el rin, el pavo, los parabienes), música (con tambor, flauta, maracas, silbatos, cascabeles), juegos (con pelotas de caucho, hule, cuero o fibra; carreras a pie, luchas; tiro con arco; carreras de caballos), medicina de origen tradicional, creencias mítico-religiosas (culto al sol y a la luna), literatura oral y escrita (mitos y leyendas; el Popol Vuh), gastronomía (con base a maíz, tomate, ají, ananá, papa, yuca, tabaco, algodón, aguacate, guayaba, piña, zapote, frijoles, calabaza) y otras manifestaciones culturales ancestrales hacen posible que exista una cultura latinoamericana rica (alfarería; cultivo en terrazas, barbechos, jardines flotantes, guamil y andenes; petroglifos; jeroglíficos; aporte en matemática y geometría con el cero y en
astronomía con la predicción de eclipses; expansionismo militar; la idea del  calendario). Observe que el legado de las culturas primigenias es amplio.

   Actualmente, se puede determinar que ante un panorama multicultural en Latinoamérica y el Caribe, la discriminación y la uniformidad queda excluida por razones de raza y cultura en tiempos de globalización. A esto le suma la protección de las comunidades indígenas ante su autonomía y autodeterminación frente a los problemas que sufren en cuanto a salud, el respeto  por sus derechos humanos y lucha por la tierra. De manera que con las reivindicaciones que se hacen desde los organismos internacionales como la UNESCO, ONU; OEA, entre otros se trata de valorar y legitimar las etnias indígenas como las semillas primigenias del latinoamericano.
 
Referencias:
Briceño Guerrero, J. (2008). América latina en el mundo. Mérida: Saber ULA.
González. E. (2009). Leer la identidad venezolana a la luz de las comunidades étnicas biculturales de américa latina. [Artículo en línea]. Disponible: http://www.scielo.org.ve/pdf/rvecs/v15n3/art06.pdf [Consulta: 2012, Octubre 20].
González, V. (2009). La crítica cultural latinoamericana y la investigación educativa. Caracas: Fundación Centro Nacional de Historia.

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. (2005). Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales. [Documento en línea]. Disponible: http://unesdoc.unesco.org/images/0014/001429/142919s.pdf [Consulta: 2012, Octubre 19]
Padrón, A. (2006). Historia y filósofos de la educación de la cultura occidental con énfasis en Venezuela. Maracaibo: EDILUZ. 










No hay comentarios:

Publicar un comentario